No le gustaba su trabajo,
hacía feliz a otras personas
más él no lo era .
Trabajaba como el mejor,
deslizaba el cuchicho a la perfección,
movimientos rítmicos y parsimoniosos
que desprendían de la carne el mejor sabor.
Cientos, miles de lonchas pasaban por sus manos,
pero ninguna posaba sus labios.
Docenas de jamones diseccionados,
minuciosamente,
para no acabar en su estómago.
El centro de atención,
en fiestas y verbenas,
se peleaban por el fruto de su trabajo
y recibía la aprobación.
No era suficiente,
necesitaba sentir y saborear,
probar las delicias,
de ese gran jamón.
Cortó una loncha fina,
sin duda la mejor,
todos la miraban
y deseaban su sabor,
ilusos,
ya tenía dueño y señor.
Con tranquilidad y alevosía,
se fue acercando aquel manjar
hasta que sus propios labios,
lo pudieron saborear.
Amargo.
No lo volvió a intentar nunca más,
era su desdicha y sino.
La del mejor cortador,
que jamás gustaría del jamón.
1 comentarios:
Vaya castigo pobre hombre.
Saludos
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