Me gusta la Navidad. Me encanta el aire festivo que se respira por las calles, la agitación que envuelve el ambiente, como a la espera de algo que va a suceder y que pasará ante nuestros ojos si no estamos muy atentos.
Imagino que por las noches, las figuritas del pesebre se convierten en las bolas, las estrellas y los muñequitos que cuelgan del árbol mientras que los brillantes adornos se cambian por figuras del belén.
Cada mañana creo ver colgada a la Virgen transformada en una hermosa estrella de nieve y que la mula es una campana que repica alegre.
Otras veces creo vislumbrar entre las agujas del abeto, un pastorcillo que no tuvo tiempo de volver a su lugar y espera agazapado mientras me observa asustado.
Muchas noches las paso despierta, esperando oír el zafarrancho que debe suceder cuando, las bolas y demás adornos, descienden apresurados para metamorfosearse en aquella figura del pesebre que contemplan desde la altura del abeto en el que están colgados.